Leo con curiosidad que durante los próximos Juegos Olímpicos, en Londres, las manifestaciones estarán prohibidas (además de una serie de medidas de “seguridad” dignas del Berlín de los años treinta); mientras tanto en España y en Nueva York los manifestantes del “99%” o los “Indignados” traen un estira y afloja con autoridades que no ven, del todo bien, el hecho de que la gente salga a manifestarse.

Mientras tanto en México…

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El hecho de manifestarse en las calles de la atribulada Ciudad de México ha llegado al grado de atracción turística; me imagino que en un futuro cercano algunas agencias de viaje organizarán visitas con manifestación incluida para que los foráneos se vayan con la experiencia chilanga completa.

Escribo esto por que apenas me acabo de enterar de una “marchita” organizada por estudiantes de universidades particulares para reclamar en las oficinas de Televisa Santa Fe su derecho a la información.

Quitando un poco las críticas a semejante “manifestación” (de “pirrurris diría cierto pez y candidato tropical), resulta que en la Ciudad de México la manifestación como forma de atraer la atención a pasado de la efectividad (tipo Europa y Estados Unidos) a mero hecho cotidiano que los ciudadanos soportan estoicamente como si del smog o los calorones de la época se tratara.

¿Qué pasó? ¿Por qué ha perdido su efectividad?

Fue después de las manifestaciones estudiantiles de los sesentas, donde destacaron la Masacre de Tlatelolco y el Jueves de Corpus Sangriento en la zona de la Normal, que los gobiernos de esta ciudad comenzaron a aprobar las movilizaciones sociales.

Después de los regímenes de Echeverría, tal vez a manera de expiar los pecados pasados, los manifestantes se transformaron en una especie “intocable”. Desde esos entonces los han dejado hacer y deshacer mientras que la autoridad sólo ha funcionado a manera de catalizador para que los manifestantes no se desmadren (en el sentido académico de la palabra).

Con el paso del tiempo comenzaron a salir más y más al grado de que desde hace una década la gente se manifiesta, cierra calles y hace desfiguros callejeros apelando a las causas más banales sin que las autoridades les hagan nada (salvo algunas excepciones).

Si alguien, digamos una ciudad de Estados Unidos, se sale a la calle a intentar ocupar y marchar sobre una calle principal, la policía a base de bastonazos y lacrimógenos no dudan en quitarlos de en medio. No me imagino un grupo de disconformes cerrando la Quinta Avenida de Nueva York por que no les gustó el resultado de unas elecciones.

Sin embargo el efecto que esta permisividad ha logrado en México es absolutamente contraproducente para los manifestantes profesionales:

Han sido tantas y han hecho tal número de demandas que ya nadie les hace caso. La manifestación en la Ciudad de México ya es un simple impedimento, una variable más para calcular y programar los desplazamientos a través de la urbe.

La fuerza de las masas en las calles gritando consignas y portando pancartas ha quedado silenciada a fuerzas de repeticiones; la gente de la ciudad los mira con una mezcla de rencor y hastío por que cada uno de los manifestantes, ya sean encuerados de los 400 Pueblos o pirrurris de la Ibero, representan un obstáculo para llegar a trabajar o regresar a casa a descansar.

Es por ello que estoy convocando a una manifestación para pronunciarnos en contra de las manifestaciones y demostrar que ya estamos hartos…