La nueva película de Ridley Scott retoma el universo Alien para después dirigirse a un derrotero completamente distinto
La figura de Prometeo dentro de la mitología griega, siempre fue la de un benefactor y un salvador; él fue el que creó a la humanidad utilizando barro (¿les suena?), de la misma forma él robó el fuego a los dioses para entregárselo a los hombres, razón por la que tuvo que ser curelmente castigado por Zeus.
Es esa mítica imagen de Prometeo la que lleva a las Industrias Weyland a bautizar así a la nave espacial que viajará a un lejano planeta para encontrarse con “los ingenieros”, una raza de extraterrestres que podrían haber sido el génesis de toda la vida en la tierra así como de la humanidad.
Esta es la premisa desde la que parte Prometheus (Ridley Scott, 2012) película anunciada a la fanaticada como una especie de “precuela” de la exitosísima película Alien, el octavo pasajero, también de Scott, pero estrenada hace la friolera de 33 años.
La historia narra como un par de científicos (una pareja, de hecho) descubre una clave en diversas culturas antiguas de la tierra que dan la pista para buscar a estos “ingenieros” en el satélite de un lejano planeta llamado LV-223.
A la llegada de la nave espacial a esa luna nos queda clara una cosa; a bordo del Prometheus existen varias “agendas” diferentes y eso presagia serios problemas, además de los consabidos alienígenas que, según se descubrirá, no son precisamente amistosos.
Hay que decir que esta película, aunque “cabe” en universo Alien, es independiente y por si misma se presta para transformarse en una franquicia, aunque conserva (y mucho para deleite de los fanáticos) ese toque que es frío y orgánico a la vez de la película original de Scott; el temor a los espacios desconocidos de una civilización alienígena que se ve y se siente diferente y amenazante.
Los espacios y los sucesos parecen incomprensibles por el simple hecho de que fueron diseñados para otras criaturas; el terrible miedo a encontrarse en el lugar equivocado en el momento equivocado parece ser el factor que sacude la mente en cada momento en que los protagonistas se internan el las inmensidades de aquellos complejos extraterrestres.
Ante todo la cinta es una auténtica reflexión sobre los orígenes de la humanidad; la perenne lucha entre la razón y la fe que lleva a la doctora Elizabeth Shaw a defender su derecho a usar un crucifijo a pesar de la brutal evidencia de que todo lo que conocemos es producto de mentes frías y calculadoras capaces de crear… y de destruir.
El argumento es, aunque algo enredado, bastante sólido y cada uno de los personajes tiene la suficiente “humanidad” para que el auditorio tema por su trágico destino; hay una escena en que la fría Meredith Vickers monitora de la expedición por la empresa Weyland (e interpretada por Charlize Theron) impide el acceso a la nave de Charlie Holloway (Logan Marshall-Green) debido a que este se ha contagiado de “algo”.
Nos hace recordar el intento de Ripley, en la primera versión de Alien, de impedir también el acceso al vehículo espacial de una criatura extraña y que, según se vio después, fue la causa de la debacle de la tripulación del Nostromo.
Aunque pareció frio, fue a final de cuentas era la terrible decisión que se debía de tomar para la salvaguarda del bien común.
La tripulación de Prometheus tiene que encarar situaciones desconocidas y que se escapan de la forma más aterradora a las ideas que tenían preconcebidas. La debacle es inevitable debido a que los seres humanos están incapacitados para enfrentar, en lo físico y en lo mental, la terrible realidad.
El viaje hasta la lejana luna (no es un spoiler por que se ve desde los cortos) termina en fracaso. ¿La razón? Mucho tiene que ver el idealismo de las diferentes facciones en pugna quienes a final se enteran de que el universo es como es: frio y carente de cualquier preocupación por seres tan infinitesimales como nosotros.
Técnicamente la película está lograda de una forma magnífica; desde las escenas de la nave espacial hasta los instrumentos y gráficas en tres dimensiones generados dentro de las naves espaciales son verdaderos alardes; Scott logra fusionar la gran cantidad de CGI con los personajes de manera en que se ven bastante reales. Los efectos especiales son apoteósicos y realmente nos llevan a esa extraña luna.
Si les gustó Alien, vale la pena ver la película hasta el final, es una buena historia paralela “con el mismo DNA” (esto lo dijo el propio Scott); si les gustan las cintas de ciencia ficción, ésta tiene un poderoso argumento que se sostiene solo y que, como ya lo dije arriba, se presta a secuelas y que muy bien puede crear su propia base de fanáticos.
Esta cinta bien podría transformarse en un nuevo culto para los admiradores de Scott
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