Como buen lector empedernido he de decir que ese libro en particular forma parte de todo un capítulo de mi vida, en un arranque de locura juvenil, yo contaba apenas con unos 15 años, fue el primer libro del Gabo que me animé a intentar leer; digo que intentar por que en ese entonces no logré superar las primeras páginas.
Se me hacía incomprensible la forma de escribir además de que la idea de meter a tanta gente con el mismo nombre, parecía sumamente confuso. Aquella edición del libro, comprada por mi padre en la década de los setentas, se transformó en una especie de reto que permaneció en su lugar dentro de la biblioteca familiar recordándome continuamente que yo no había podido leer tan famoso libro.
Pasó el tiempo y mis gustos de lectura (y su densidad) fueron mejorando; la verdad es que no me animaba a leer esa extraña historia de un pueblo perdido e imaginario de nombre Macondo atestado de gente que parecían llamarse todos Aureliano Buendía. Como ocurre con muchos jóvenes lectores, al momento en que ese tal Gabriel García Márquez era concebido por los medios especializados como “toda una figura” menos me apetecía leerlo.
La revelación vino después.
Tengo que reconocer que yo no entré al universo del Gabo a través de Macondo, si no por medio del muy enamorado Florentino Ariza: compré como todo un reto “El amor en tiempos del cólera” y según me fui adentrando en la historia, y en el río Magdalena, descubrí de forma menos traumática la genialidad de la pluma de García Márquez.
Más tarde un conocido me dijo con cierta envidia: “cuando descubres un autor, lo agotas, ¿verdad?”.
Esta observación era muy cierta ya que en cosa de un año me leí la bibliografía casi completa de Gabriel García Márquez: acompañé a Santiago Nasar en su último día de vida y al Coronel en su infructuosa espera; observé el ocaso de Simón Bolívar y me horroricé por la crueldad de la abuela de Eréndira.
Sin embargo, a pesar de presumír que conocía a fondo la obra del colombiano, tenía aún algo que me avergonzaba: no había leído aún “Cien años de soledad”.
Tomé el asunto como una misión que ya no podía aplazar; un día me armé de valor y saqué el tomo del lugar donde permanecía aguardando de manera retadora así como aterradora y comencé a leer…
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo…
Esas palabras bastaron para “engancharme” y desde ahí prácticamente no solté la novela que me acompañó durante unas vacaciones de fin de año.
¿Que puedo decir más de 20 años después de haber leído uno de los libros que más me han marcado como como persona?
Como lector empedernido y fanático de la tecnología me parece que la llegada del eBook de “Cien años de soledad” es algo maravilloso; una forma para los que ahora consumen literatura de una forma muy distinta tengan acceso a una de las novelas que más nos han definido como entidad prácticamente a todos los latinoamericanos.
Un libro que lleva nuestra lengua a alturas insospechadas y a nuestra cultura a una universalización que previamente tan sólo añoraba.
Felicidades Gabo, gracias por todas tus historias y gracias por llevarlas aún más lejos.